La Leagues Cup ha sido vendida como el gran escaparate del fútbol en Norteamérica, pero la realidad es que, para los clubes mexicanos, no es más que una obligación contractual disfrazada de competencia internacional. Desde su origen, este torneo ha carecido de esencia deportiva: es un producto diseñado para llenar estadios en Estados Unidos, vender derechos de transmisión y generar ingresos millonarios, no para enaltecer el prestigio de la Liga MX.
Los equipos mexicanos participan más por compromiso que por convicción. Su prioridad no es levantar el trofeo, sino cumplir con el calendario y regresar cuanto antes a sus torneos locales, donde realmente se juega el prestigio y la exigencia. No sorprende verlos buscar la primera ventana de salida: una eliminación temprana no se vive como un fracaso, sino como una estrategia.
Quien crea que este desempeño refleja el nivel real de la Liga MX se equivoca. Basta con revisar lo hecho en la Concachampions o, en su momento, en la Copa Libertadores, donde existían incentivos reales: enfrentarse a lo mejor de Sudamérica, mostrarse ante el mundo y escribir historia. En esos escenarios, el futbolista mexicano se transforma, juega al límite y demuestra que el talento sobra cuando el reto lo exige.
La Leagues Cup, en cambio, no despierta pasiones ni orgullo. Es el equivalente a un torneo de pretemporada inflado con marketing. Se juega más para cumplir contratos que por la gloria deportiva. Mientras no ofrezca un prestigio real y se mantenga como un escaparate comercial, seguirá siendo un torneo “obligado” pero sin motivación, y lejos del peso que merece una verdadera rivalidad internacional.
Porque si algo ha demostrado el fútbol mexicano, es que cuando hay historia y trascendencia en juego, se juega hasta con el alma. Y la Leagues Cup, por ahora, está muy lejos de inspirar eso.
Por: Jesús Calleja
Domo de Cristal
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