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El ejemplo de Claudia Sheinbaum, la justa medianía y el poder que atonta

Staff Domo de Cristal
Gildardo

“Bajo el sistema federativo los funcionarios públicos deben consagrarse asiduamente al trabajo, resignándose a vivir en la honrosa medianía”.
Benito Juárez

A cinco días del primer informe de gobierno, Claudia Sheinbaum tiene cosas positivas que decir, sobre todo si se toma en cuenta el escenario internacional adverso, extremadamente contaminado por el energúmeno presidente de Estados Unidos. Nadie puede dudar que estamos ante una economía resiliente, con signos positivos en rubros esenciales que redundan en mejorar las condiciones de vida de millones de mexicanos.

Los datos no mienten. Es cierto que la tasa de crecimiento no es la más indicada para ampliar objetivamente los niveles de bienestar (1.2% anual al segundo trimestre de 2025), pero no se ha caído en recesión. La inflación tampoco se ha mantenido de forma continua dentro del rango objetivo del Banco de México (aunque en agosto sí lo está), pero ha mostrado un descenso respecto a lo observado hace un año: de 5.16% a 3.49%, si se considera la inflación anual de las primeras quincenas de agosto de 2024 y 2025.

Se sigue diciendo que, aun cuando la tasa de desempleo se encuentra en mínimos históricos, esta se basa en gran medida en el comportamiento de la economía informal. Y sí, ahí están las cifras. Sin embargo, la política laboral y salarial ha permitido mejorar la calidad del empleo, si se toma en cuenta un indicador que pocos consideran: la Tasa de Condiciones Críticas de Ocupación (TCCO).

Esto indica que, independientemente del sector en el que se desempeñe el trabajador, las condiciones laborales —considerando salarios y jornadas— han tenido una notable mejoría. Como ocurre con los datos de pobreza, aunque un tercio de los trabajadores mantiene condiciones inadecuadas, el sentido de conocer el dato debe ser el de redoblar esfuerzos y llevar esa tasa lo más cerca posible de “cero”.

Los críticos han perdido la cordura y ahora dudan de las cifras del INEGI, ya sea porque muestran una evolución positiva en indicadores básicos (crecimiento, inflación y empleo) o porque no se han cumplido sus pronósticos, generalmente sombríos. Tampoco quisieran creerle al Banco de México, pero los datos están ahí: las reservas internacionales, al 22 de agosto de 2025, alcanzaron un saldo de 243.4 mil millones de dólares, rompiéndose mes con mes el máximo histórico. En el siempre sensible mercado cambiario, desde hace casi dos meses el tipo de cambio se mantiene por debajo de 19 pesos por dólar, y la fortaleza de las reservas mantiene un contexto sin precipicios devaluatorios inmanejables.

Nada más triste que leer las publicaciones de algunos economistas o financieros asegurando que tal o cual cifra no es correcta porque no se tomó en cuenta el universo total de bienes o servicios, de precios o de personas. Más allá de los costos que esto implicaría, en su caso, deberían criticar la metodología adoptada para determinar las muestras que permiten establecer conclusiones globales. Es decir, se requiere que apelen a criterios técnicos para invalidar las muestras establecidas por el organismo encargado de las mediciones (INEGI): la aleatoriedad, el tamaño y el diseño de la muestra, la distribución probabilística en la población, la distribución de frecuencias en la muestra, el margen de error permitido, el nivel de confianza y la variabilidad. Sin estos cuestionamientos, todo argumento que ponga en duda los resultados del INEGI se torna acientífico o meramente retórico. O se sustenta en apreciaciones subjetivas: “sí, pero no se siente la mejoría en el bolsillo de la gente”, a pesar de saber que los salarios se incrementaron por encima de la tasa inflacionaria y que ahora son más que suficientes para cubrir la canasta alimentaria o la canasta básica.

Lo mismo sucede con las finanzas públicas, donde siempre se alude a montos absolutos que parecen estratosféricos, sin tomar en cuenta los cocientes en relación con el PIB. Durante este año, la meta de reducir el déficit fiscal de 5.7% a 3.9% respecto al PIB permitirá acoplar a la economía mexicana al objetivo de alcanzar un crecimiento más sustentable. Al segundo trimestre de 2025, esto se estaba logrando, al registrarse un superávit primario de 172 mil millones de pesos, alejando al gobierno federal de la distorsión de gastar por encima de sus ingresos propios.

La relación deuda pública/PIB se situó en junio de 2025 en 49.5%, inferior a la observada en diciembre de 2024, que fue de 51.3%. No se quiere entender, pero es válido modificar el perfil de vencimientos de la deuda mediante refinanciamientos y colocar bonos en el mercado, buscando ampliar plazos, con tasas menos onerosas y preferentemente fijas. Justo de eso se trata: de obtener mejores condiciones de apalancamiento, aprovechando la percepción internacional de que México es una economía financieramente sólida, con capacidad de pago y lejana a cualquier evento de default. Si se dudara de la confianza que se tiene en México, bastaría observar cómo han disminuido las tasas asociadas con el riesgo soberano del país: el índice EMBI+ mostró una reducción de 24 puntos base de diciembre de 2024 a junio de 2025, cerrando en 197 puntos base.

Lo que ha hecho hasta ahora el actual gobierno federal conjuga la necesidad de administrar adecuadamente los recursos fiscales —que tienden a ser escasos— con la de mantener incólume el principio de austeridad republicana. Podemos estar de acuerdo o no; no obstante, debe señalarse que reducir el déficit fiscal en casi dos puntos porcentuales implica aumentar la eficiencia recaudatoria (aun sin una reforma fiscal) o ajustarse el cinturón en alrededor de 340 mil millones de pesos.

Socialmente, este objetivo sólo se vuelve creíble si quien gobierna predica con el ejemplo. El mayor mérito del expresidente López Obrador fue haber mostrado su preferencia por quien palpablemente mantiene el principio juarista de consagrarse al trabajo, resignándose a vivir en la justa medianía, haciendo a un lado cualquier tipo de ostentación. ¿Qué hubiera pasado si hubiera mostrado su preferencia por Adán Augusto López, por Ricardo Monreal o por Gerardo Fernández Noroña?

Seguramente a la presidenta Claudia Sheinbaum le preocupan las críticas de sus opositores, que cada vez más recurren a cuestiones subjetivas o al despropósito de señalar que el INEGI miente. Pero le debe molestar más que las figuras fulgurantes y destacadas de su partido y de la 4T incumplan o tiren al cesto de la basura el imperativo ético de vivir en la justa medianía. Podrán excusarse con lo que quieran, pero han dejado de entender que la justa medianía significa rescatar las prácticas y valores republicanos, contar con la autoridad moral que se requiere para transformar profundamente leyes e instituciones y posibilitar una nueva forma de hacer política: de cara a la gente, sin lujos, sin corrupción y sin conflictos de interés. ¿Cómo creerles que son partidarios de la austeridad republicana cuando viven con excesos, sin mesura en sus viajes, gustos y placeres, y creen en una austeridad que en su vida personal dista mucho de cumplirse? “La austeridad es para el gobierno, no para mi vida privada”, dijo Fernández Noroña.

En un país como México, donde la política se había degradado hasta convertirse en un medio que permitía el abuso de poder, y cuyo fin generalizado parecía ser el servirse a sí mismo, lo que han hecho Adán Augusto López, Ricardo Monreal, Gerardo Fernández Noroña y Andrés Manuel López Beltrán es refrendar una vieja afrenta que ha resentido el pueblo: sentirse indefenso ante la percepción de abuso que raya en el cinismo de sus gobernantes o representantes. La justa medianía debe ser un principio inquebrantable, más aún cuando se es adherente a un gobierno que practica la austeridad y que distribuye la riqueza de forma más equitativa para que existan menos pobres.

El poder, en el imaginario colectivo, no debe ser sinónimo de privilegios, sino de responsabilidades, más cuando se concibe que el espíritu de toda democracia consiste en crear las condiciones para vivir en armonía, erradicando la pobreza y la desigualdad. Afortunadamente, la presidenta cree en el proyecto de nación inspirado en el Estado de bienestar (estemos de acuerdo o no con él) y actúa consecuentemente, mostrando una sobriedad digna y una humildad admirable. Otros no. La misma Claudia Sheinbaum ha criticado a quienes han jurado servir al pueblo y han caído en la terrible tentación de ofenderlo con sus ostentaciones. Bien decía el líder histórico de Morena y fundador de la 4T: “El poder atonta a los inteligentes y a los tontos los vuelve locos”.

Por: Gildardo Cilia López 

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