«La pobreza no es sólo la falta de dinero; es no tener la capacidad de desarrollar todo el potencial del ser humano.»
—Amartya Sen
Se movieron las piezas de la impecable relojería sin que ocurriera lo que muchos preveían: ni el incremento de los salarios ni el crecimiento del gasto social condujeron a un pernicioso proceso inflacionario, el cual habría generado más angustias para la población con menores ingresos y mayores carencias. Como bien lo señala Jesús Silva Herzog Márquez, no solo no llegó la peste inflacionaria, sino que hubo un avance extraordinario en el combate a la pobreza, lo que se tradujo en el mayor éxito del gobierno del presidente López Obrador.
Es un hecho histórico y algo digno de celebrarse —dice Gerardo Esquivel—, aunque nunca faltan quienes intentan empañar y poner en duda el logro obtenido. En su afán de desacreditar los resultados, hay quienes califican al Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) de mentiroso. O son ignorantes, o son perversos. Veamos por qué:
En México, la pobreza se mide de forma multidimensional; es decir, se conjugan dos criterios: además de la existencia de una carencia social, se considera la línea de pobreza por ingreso.
El INEGI reconoce que existe un universo de personas clasificadas como «no pobres» que pueden estar sujetas a dos contextos desfavorables:
a) Presentan vulnerabilidad por carencias sociales (salud, educación, seguridad social, vivienda, servicios básicos y alimentación), o
b) Sufren vulnerabilidad por ingresos.
No hay engaño: el porcentaje de la población en situación de pobreza disminuyó de 2018 a 2024, de 41.9 % a 29.6 % (12.3 puntos porcentuales menos), gracias al incremento de los ingresos. Esto, a pesar de que el porcentaje de población vulnerable por carencias sociales aumentó de 26.4 % a 32.02 % (5.8 puntos porcentuales más) en el mismo periodo. ¿Por qué no querer entender esto?
El contexto es sui géneris, sin duda: disminuyó la pobreza de forma histórica, aunque las carencias sociales muestran una tendencia negativa. El análisis estadístico debe servir para apuntalar la hazaña. Ahora se requiere establecer una estrategia clara y contundente para reducir esas carencias, especialmente en materia de salud, y continuar con el aumento sostenido de los ingresos en relación con la canasta básica. Esto, sin dejar de apoyar con transferencias a la población en pobreza extrema, cuyos ingresos aún son insuficientes para adquirir siquiera la canasta alimentaria, aunque hoy se ubican en un mínimo histórico del 5.3 %.
México dejó de ser una fábrica de pobres, y eso es lo que reflejan los datos. Si se analiza el sexenio del presidente Calderón, el número de pobres aumentó de 46.5 millones en 2006 a 53.3 millones; es decir, 6.8 millones de mexicanos más en situación de pobreza. En la gestión del presidente Peña Nieto, la población pobre disminuyó en 1.4 millones; sin embargo, el índice se mantuvo alto, en 41.9 % de la población total. En cambio, durante el gobierno del presidente López Obrador, los números son altamente positivos tanto en términos absolutos (13.4 millones de pobres menos) como relativos (de 41.9 % a 29.6 %).
A los opositores de la 4T les cuesta trabajo reconocer estos datos, porque es evidente que el propósito de beneficiar primero a los pobres se cumplió con creces. Para la presidenta Sheinbaum, el abatimiento de la pobreza representa ahora un reto por dos razones fundamentales:
Mantener la misma tendencia positiva, considerando que aún uno de cada tres mexicanos es pobre, y
Fortalecer su estrategia salarial bajo la premisa de que, para 2030, el salario mínimo debe representar 2.5 veces el valor de la canasta básica alimentaria y no alimentaria.
Algunos, obstinados, siguen afirmando que la inflación carcomió los salarios en la segunda mitad del sexenio. No hay forma de ayudarlos: se les ha explicado reiteradamente que el INEGI toma en cuenta la capacidad adquisitiva de los ingresos —es decir, compara los ingresos nominales con respecto a las canastas básica y alimentaria—. Si esta comparación no hubiera arrojado resultados positivos, lo más probable es que la cifra de pobreza hubiera mostrado una tendencia desfavorable, quizás incluso desastrosa.
Tratando de encontrar pies a las víboras, otros sostienen que la extinción del CONEVAL tuvo como propósito manipular cifras. Sin embargo, la nueva entidad responsable de medir la pobreza, el INEGI, ha dejado claro que utiliza la misma metodología que empleaba el organismo extinto, y que sigue recurriendo a la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) como fuente principal. Cabe recordar que el INEGI ha elaborado la ENIGH desde sus inicios, lo que otorga sentido a la transferencia de funciones, además de que también es un organismo autónomo.
Resulta revelador lo que señala Jesús Silva Herzog Márquez: que, en su afán por tener una relojería económica perfecta o lo más afinada posible, los economistas se han enfocado más en máximos y óptimos, descuidando aspectos sensibles de la realidad. En su devoción por la precisión de los modelos, se ha relegado la verdad, configurando así un dogma doloroso para la sociedad, que mantuvo a más del 40 % de los mexicanos en pobreza durante más de dos décadas. Si consideramos el rezago de los salarios reales, el panorama es aún más sombrío: estaríamos hablando de casi medio siglo de penurias para la masa trabajadora. En romper con ese dogma radica el mayor éxito del presidente López Obrador.
Debemos ser sensatos y evitar elogios desmesurados, como los de quienes afirman que el presidente López Obrador merece el Premio Nobel de Economía. Desde los años setenta del siglo pasado, los conceptos de la teoría del bienestar se incorporaron al análisis económico. Richard Cooper, en una crítica publicada en Foreign Affairs (enero/febrero de 2000), señaló lo siguiente:
“La mayoría de los economistas de hoy evitan la filosofía moral —a saber, el estudio de la justicia social— por considerarla demasiado ‘difusa’ para un análisis riguroso.”
Fue Amartya Sen, Premio Nobel de Economía en 1998, quien colocó en el centro del debate la necesidad de evaluar la eficiencia económica a la luz de sus consecuencias sociales, estableciendo así un marco ético. Frente a la eficiencia productiva, Sen introdujo elementos filosóficos y éticos como parte esencial de la ciencia económica, elevando así sus objetivos cualitativos.
No sé si López Obrador conozca la obra de Sen, pero es evidente que propuso algo similar para medir el desarrollo económico, tratando de sustituir al PIB por un indicador más robusto que también tomara en cuenta el bienestar de las personas. Sen fue quien, a petición de Mahbub ul Haq, desarrolló un indicador que expresara mejor las influencias en el bienestar humano. Él mismo admitió que dicho índice no dejaba de ser un indicador pedestre, como el PIB, pero que su utilidad radica en medir de forma más certera el desarrollo humano. Hoy, ese índice, utilizado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, es el indicador de bienestar más aceptado a nivel internacional.
Hay quienes sostienen —más allá de la pobreza— que la desigualdad económica no tiene efectos negativos en la sociedad ni afecta la calidad de los sistemas democráticos. Se equivocan. La desigualdad la generamos todos y nos afecta a todos. Constituye una externalidad perniciosa que combina malestar social con desconfianza entre las personas y hacia las instituciones, debilitando la justicia distributiva. Esto genera distorsiones que deterioran el bienestar social y hacen indispensable la intervención del Estado. El «dejar hacer, dejar pasar» de la ortodoxia económica, sin freno alguno, puede conjugar pobreza extrema con acumulación excesiva de riqueza, lo que pone en alto riesgo la estabilidad social.
También están quienes creen que las clases medias altas y los sectores más ricos no están dispuestos a ceder parte de sus ingresos para mantener un sistema económico en armonía social y con una paz progresiva. Se equivocan. Basta observar los resultados de las últimas elecciones presidenciales, donde una porción importante de estos segmentos votó a favor del proyecto de nación de la 4T. Cierto, la oposición eligió a la peor candidata posible, pero no hay peor sensación para un sujeto racional que la de perderlo todo.
El mérito del presidente López Obrador es mayúsculo. Estoy seguro de que lo más importante para él es la satisfacción —envidiable— que genera el deber cumplido:
“Por el bien de todos, primero los pobres.”
Por Gildardo Cilia López
Domo de Cristal
Es una realidad que AMLO fue capaz de sacar de la pobreza a más de 13 millones de mexicanos
Excelente columna