
El discurso oficial insiste en la solidez del sistema financiero mexicano. Y sí: los indicadores de capital y liquidez son cómodos. Pero el mapa competitivo revela un problema de fondo: una concentración que asfixia competencia, procesos de venta poco claros en bancos medianos y la incapacidad de atender de manera real a las pymes. Si no hay una supervisión distinta, los próximos 10 años consolidarán un oligopolio con maquillaje digital.
El IMOR sistémico ronda 2% y el ROE permanece en doble dígito bajo, pero la dispersión es enorme. Mientras la banca popular gana mucho con tasas altísimas y morosidad elevada, Banamex y la media tabla apenas sostienen márgenes. La cartera hipotecaria crece sana, la automotriz depende de armadoras, y las empresas repuntan con el nearshoring. Todo bajo la misma pregunta: ¿para quién crece la banca?
Tres jugadores concentran casi la mitad de los activos. Su fuerza en canales y tecnología los hace casi imposibles de desafiar. Lo que para inversionistas es fortaleza, para usuarios es menor competencia en precios y servicio.
La entrada de Fernando Chico Pardo con 25% parece rescatar identidad nacional, pero llega con dos décadas de retraso. Banamex perdió terreno en hipoteca, auto, pymes y empresas, quedó atrás en digital y arrastra una imagen deteriorada. El precio de compra fue bueno para el grupo familiar, pero el reto es recuperar lo perdido frente a líderes y fintechs.
Con capital global detrás, ninguno logra salir de la medianía. Avanzan lento en digitalización y no despegan en pymes ni en crédito automotriz. La inercia pesa más que la estrategia.
En estos bancos medianos, las ventas de portafolios y reacomodos de licencias se hicieron en silencio. Sin transparencia, sin competencia real, sin la mínima rendición de cuentas pública. El riesgo: clientes y contrapartes que no saben dónde están parados.
Coppel, Azteca y Compartamos han hecho del crédito caro un negocio rentable. Su morosidad es alta, pero las tasas les dan colchón. ¿Inclusión financiera? Sí, pero con costos que rayan en lo abusivo.
Bajío, Banregio y Afirme crecieron de manera orgánica, prudente y cerca de los clústeres productivos. Su reto es no quedar rezagados frente a fintechs y a los gigantes digitales. La disciplina es virtud, pero puede volverse freno.
Los nuevos jugadores no buscan ser bancos universales. Quieren dominar pagos, crédito de consumo rápido o nichos como BNPL y tarjetas digitales. Walmart combina tráfico físico y datos; Mercado Pago explota e‑commerce; Nu ofrece UX sin fricción con licencia bancaria; Klar y Plata prueban underwriting con datos alternativos. La banca tradicional sigue discutiendo gobernanza mientras ellos se apropian del cliente.
La vista sigue dominada por los grandes, vía nómina y adquirencia. Los valores concentran a clientes grandes y empresas. La banca mediana batalla por fondeo estable. Sin captación sólida, la competencia es discurso.
El crédito bancario al sector privado sigue bajo frente al PIB, muy por debajo de economías pares. La banca presume apoyo a pymes, pero la penetración real es mínima: procesos costosos, garantías exigentes y discursos huecos. La inclusión productiva sigue en deuda.
El futuro será IA, pagos instantáneos y tokenización. Pero sin supervisión firme y competencia real, México corre el riesgo de tener una banca tecnológicamente maquillada, oligopólica y distante del ciudadano. La disrupción no esperará al regulador ni a los consejos de administración.
Mario Sandoval
Banquero y Abogado con más de 30 años de experiencia en el sector financiero.
Domo de Cristal
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