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¿México ya hizo todo lo que tenía que hacer?

Staff Domo de Cristal
Mexico-USA 5

El presidente de Estados Unidos (EU), Donald Trump, inaugurará una puesta en escena el próximo viernes primero de agosto —si es que no se retracta una vez más—, pues la escenografía está terminada, los actores muy atentos y el público expectante.

La obra versa sobre el nuevo esquema arancelario que EU aplicará a sus importaciones provenientes de México y del resto del mundo. En ella conoceremos las nuevas condiciones, los porcentajes definitivos, los productos afectados, así como el alcance y la cobertura que tendrá el T-MEC antes de ser renegociado en 2026.

Es decir, estamos a unas cuantas horas de conocer la nueva política comercial estadounidense, la cual traerá desventajas para todos los países involucrados, comenzando por el propio vecino del norte. Los aranceles suelen provocar efectos inflacionarios y recesivos en quienes los imponen, y al mismo tiempo generan menores exportaciones, menos ingresos por divisas y bajo crecimiento económico en quienes los reciben. Se trata, pues, de un perder-perder.

Sin embargo, no todos los actores de esta trama comercial enfrentarán las mismas desventajas ni las mismas pérdidas, ya que esto dependerá de los aranceles que se impongan a cada nación. Aquellos países con menores tasas arancelarias tendrán ventajas comparativas frente a sus competidores para sacar provecho del mercado más grande del mundo. Por ello, más importante aún que la magnitud absoluta del impuesto será el diferencial arancelario entre países.

Trump ha revelado algunos adelantos a manera de «cortos cinematográficos», por lo que ahora sabemos que a la Unión Europea (UE) se le impuso un arancel del 15%, así como el compromiso de adquirir 750,000 millones de dólares en gas natural licuado, petróleo y combustibles nucleares estadounidenses, además de aumentar la inversión total europea en EU en 600,000 millones de dólares. Aunque aparentemente algunos productos estratégicos europeos —como aviones y piezas aeronáuticas, ciertos productos químicos y algunos agrícolas, incluyendo vinos y licores— no estarán sujetos a aranceles, lo cierto es que tampoco habrá aranceles recíprocos hacia EU. Esto pone en desventaja al viejo continente y lo exhibe ante el mundo como un pésimo negociador, además de pusilánime.

Por otra parte, los productos japoneses pagarán igualmente un arancel del 15% al ingresar a EU, asumiendo además el compromiso de invertir 550,000 millones de dólares en territorio estadounidense, sin contar el billón de dólares que Japón ya tiene invertido en bonos del Tesoro estadounidense. Al Reino Unido se le impusieron aranceles relativamente bajos, del 10%, y a Vietnam un 20% sobre todas sus mercancías, sin posibilidad de aplicar aranceles recíprocos.

Rusia ha recibido amenazas de EU de imponerle un arancel del 100% si no concluye la guerra con Ucrania. Brasil está bajo advertencia de un arancel del 50% si no detiene los procesos judiciales contra Bolsonaro. China se encuentra en una tregua arancelaria que termina el 12 de agosto. Canadá y México están amenazados con aranceles del 35% y 30%, respectivamente.

¿Qué sucederá realmente el primero de agosto? Nadie lo sabe con certeza; Trump es impredecible. Lo que sí se vislumbra es que las negociaciones deberán continuar para muchos países que queden en desventaja económica.

En cuanto a México, ha habido cierto hermetismo por parte del gobierno: se sabe muy poco de las negociaciones, y ya no se mencionan, como antes, planes alternativos de respuesta —A, B, C, D, etc.—. Lo único cierto es lo que ha declarado el secretario de Economía, Marcelo Ebrard:

«…las negociaciones han sido tensas, complejas… México ya hizo lo que pudo, todo lo que tenía que hacer; la decisión es de Trump…»

Veamos: si la decisión es de Trump, entonces no hubo realmente una negociación. México se limitó a presentar una propuesta con argumentos y consideraciones, pero sin capacidad de influencia real sobre el resultado. Lo que Trump decida será una imposición, y tiene tanto derecho a hacerlo como México tiene derecho a responder con decisiones soberanas.

En cuanto a si nuestro país hizo todo lo que pudo y no hay nada más que hacer, eso realmente lo sabremos el viernes. Por ahora, sería irrelevante adelantar una crítica definitiva sobre un proceso del cual no se tiene suficiente información. La decisión final será tan buena o tan mala para México como lo sería el resultado de lanzar una moneda al aire.

Lo que sí puede y debe hacer México, de manera urgente e independientemente de lo que suceda el primero de agosto, es iniciar una nueva política comercial con dos vertientes:

1) Sustitución de importaciones

Principalmente de países competidores como China y otras naciones asiáticas, de quienes importamos cerca del 40% de nuestras compras totales al exterior. Se debe procurar producir localmente todo aquello que convenga al país en términos de generación de empleo y reducción de costos de fabricación, aprovechando recursos naturales y tecnológicos nacionales. Esto fortalecerá el crecimiento del PIB y reducirá la dependencia externa.

2) Sustitución de exportaciones

Particularmente hacia Estados Unidos, ya que actualmente el 84% de nuestras ventas externas se dirigen a ese país. Esta excesiva dependencia debe reducirse mediante la diversificación de destinos, incursionando en nuevos mercados en la UE, Asia y América Latina.

Este proceso de sustitución comercial comenzaría a rendir frutos a mediano y largo plazo —es decir, en uno o dos sexenios—, siempre que se inicie desde ahora. De lo contrario, se perpetuará un flujo comercial dependiente, perverso y poco virtuoso, que ata al país a los intereses particulares de una potencia en decadencia.

Se trata de sustituir importaciones para asegurar un desarrollo interno sustentable que garantice la creación de empleo formal, y que, en conjunto con una mayor producción destinada al mercado interno, se convierta en un potente motor económico que trabaje en paralelo con el sector exportador.

Durante todo el periodo neoliberal —de 1983 a 2018—, la economía mexicana creció a una tasa promedio anual de apenas 2.2%. Ese porcentaje, claramente insuficiente, no se vio mejorado ni siquiera con la entrada en vigor del TLCAN en 1994. En otras palabras, el sector exportador ha sido una fuente importante de divisas y ha contribuido a la estabilidad del tipo de cambio, pero no ha sido suficiente para generar el empleo formal que requiere el país, ni mucho menos para erradicar la pobreza.

Hace falta, pues, una estrategia que combine mayor producción y consumo internos con un aumento en el volumen y diversificación de nuestras exportaciones. Es indispensable iniciar cuanto antes un proceso de sustitución de importaciones, orientar más producción hacia el mercado nacional —que se ha fortalecido con el aumento de la masa salarial— y establecer relaciones comerciales con un mayor número de países y regiones.

Así las cosas, tal vez México sí hizo todo lo que tenía que hacer con EU para salir lo mejor librado posible de esta coyuntura de guerra arancelaria y proteccionista. Pero aún le falta mucho por hacer para transformar estructuralmente su comercio exterior, su mercado interno y, en consecuencia, su desarrollo económico.

Por: Raúl Fernández Pérez 

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