De un día para otro, algunas personas notan manchas blancas en su piel. No duelen, no pican, pero sí generan preocupación. Se trata del vitiligo, una enfermedad autoinmune que puede afectar a cualquier persona, sin importar su edad, género o estilo de vida.
En México, se estima que entre el 2 y el 6 % de la población vive con esta condición. Aunque no es contagiosa ni maligna, sí puede tener un impacto emocional profundo, sobre todo por la falta de información y los estigmas sociales.
“El cuerpo, por causas que aún no se comprenden del todo, empieza a atacar las células responsables de la pigmentación de la piel, llamadas melanocitos”, explica el dermatólogo Diego Pérez.
El vitiligo no se manifiesta igual en todas las personas. Las manchas pueden ser pequeñas o grandes, aparecer en un solo lugar —como la cara, un brazo o una pierna—, o estar distribuidas en varios segmentos del cuerpo.
También hay un componente genético importante. Alrededor del 30 % de los casos tienen antecedentes familiares.
Aunque no existe una cura definitiva, los avances médicos han abierto la puerta a tratamientos que pueden ayudar a detener el avance de las manchas e incluso recuperar parte del color perdido. Pero el tiempo es clave. “Los pacientes con poco tiempo de evolución suelen responder mejor a los tratamientos repigmentantes”, afirma Pérez.
El abanico de opciones terapéuticas es amplio: desde cremas especializadas hasta fototerapia con luz ultravioleta. No hay una solución estándar. Cada tratamiento debe ajustarse a las necesidades específicas de cada paciente.
Más allá de lo físico, el impacto emocional del vitiligo es real. La autoestima puede verse afectada, sobre todo cuando la sociedad no está informada o reacciona con prejuicio. Por eso, el acompañamiento psicológico es tan importante como el tratamiento dermatológico.
En este sentido, organizaciones como la Fundación Mexicana de Vitiligo ofrecen apoyo emocional y actividades para quienes viven con esta condición.
“Tienen talleres de maquillaje para ayudar a disimular las manchas si así lo desean, campañas fotográficas que visibilizan la enfermedad y sesiones informativas para pacientes y familiares”, comenta Pérez.
El mensaje final es claro: el vitiligo no limita la vida. No impide estudiar, trabajar, amar ni soñar. “Es urgente acabar con los estigmas. El vitiligo no es contagioso ni incapacitante. Las personas con vitiligo pueden llevar una vida completamente normal”, enfatiza el dermatólogo.
A quienes viven con esta condición: no están solos. Hay una comunidad, hay información, y hay tratamientos. El camino no siempre es fácil, pero está lleno de posibilidades.
Domo de Cristal
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